No están Winston Churchill, ni Charles De Gaulle, ni Vaclav Havel esperando ser votados el año que viene. Parte de la sociedad argentina se pregunta por qué la orfandad en materia política se esparce día tras día. La respuesta es simple: no somos ingleses honrando su monarquía, ni franceses involucrados, ni checos dispuestos a conseguir la libertad sin claudicar. Y a esta altura de las circunstancias, sostener que la dirigencia es un espejo del pueblo resulta una obviedad.
En definitiva, los argentinos estamos expuestos, sin anestesia, a vernos como somos en quienes se supone nos representan o pretenden hacerlo en corto tiempo: individualistas, egocéntricos, narcisistas, con un exceso de relativismo ético, y dispuestos a ocuparnos como si fuéramos dioses de aquello para lo que no estamos capacitados o directamente desconocemos
lunes, 16 de agosto de 2010
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