miércoles, 5 de mayo de 2010

En la superación de estas mentiras reside buena parte del porvenir argentino



DIEGO WARTJES desarrolla el tema ampliamente y con una importante profusión de concretos ejemplos en el mundo

PERÓN y su estilo particular de hacer política que hasta hoy sufren los argentinos …

El Doctor DIEGO WARTJES acaba de publicar el presente trabajo en el Diario “La Nueva Provincia” de Bahía Blanca, haciéndolo llegar asimismo a este Portal. Es el autor del libro aparecido el año pasado, que se titula “Sálvese quién pueda. Patología de la sociedad argentina”.

A continuación, el texto de su reciente artículo:

“Los valores de las filosofías políticas:

A raíz del uso y abuso de la palabra neoliberalismo, se ha profundizado también la idea de que "el fracaso de la Argentina se debe a los disvalores del liberalismo y el capitalismo salvaje". Conviene aclarar cuáles son los valores de las distintas filosofías políticas de Occidente, para comprender cuáles son, en verdad, los disvalores que llevaron a este "fracaso".

Las tres filosofías políticas de Occidente son el liberalismo, el socialismo y la socialdemocracia europea. Las sociedades desarrolladas anglosajonas (australianos, neocelandeses, ingleses y estadounidenses) se formaron bajo el liberalismo político o constitucionalismo liberal; mientras que los europeos continentales (franceses, italianos, españoles, nórdicos, alemanes) adhieren, mayoritariamente, a la socialdemocracia europea. En una entrevista, la estrella del tenis Roger Federer( suizo) decía que los europeos son igualitarios; los estadounidenses, más libertarios.

La diferencia entre estas dos filosofías políticas es el rol del Estado. En general, el Estado liberal es poco
intervencionista, pero riguroso en la aplicación de la ley y el respeto por sus instituciones; tales los casos de los Estados Unidos o Australia. En cambio, la socialdemocracia europea creó el "Estado de bienestar" que interviene y consume más recursos de la sociedad para así dar más prestaciones sociales: seguros de desempleo, atención médica subsidiada, licencias laborales, etc. No obstante, lo determinante es que ambos Estados son constitucionalmente liberales (Estados de derecho); el poder político está limitado por la constitución y la corte suprema es inamovible, independiente.

El Estado constitucional liberal, creación exclusiva del liberalismo político, es, pues, el elemento común a estas dos filosofías.

El valor que dio origen al liberalismo político (constitucionalismo liberal) es el pluralismo, la tolerancia frente a la diversidad de opiniones. Ésta llegó a la política a través de la reforma protestante y las guerras de religión en Europa (1562-1648). Lutero fue el "primero" en exigir a un poder político (en ese momento, la Iglesia) que tolerase su diferente opinión en materia religiosa. Las guerras de religión enseñaron a los europeos a tolerar sus diferencias, en vez de odiarse y matarse. La tolerancia liberal derrotó, pues, al autoritarismo y la intolerancia: es el valor que dio origen a la libertad de opinión, de expresión, prensa, comercio y respeto a la propiedad privada, protegidos por la constitución.

Los partidos socialdemócratas europeos también predican el valor justicia social, que tuvo su máxima
expresión en el Estado de bienestar sueco. Para hacer realidad esta justicia, aceptaron, hace ya muchas
décadas, el capitalismo de ética protestante, que apunta a enriquecer a la sociedad, pero no a la clase política.

Así lo prueban los bajos índices de corrupción de naciones con partidos socialdemócratas importantes, como Suecia, Finlandia, Alemania (incluso, España y Chile), en el ranking Transparency International. Estos partidos rechazan el socialismo marxista en su retórica y doctrina. Los valores que inspiran este capitalismo son el respeto a la propiedad privada y el trabajo, como explicó Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo.

En cambio, el socialismo (marxista, fascista o comunista), el real, no la utopía de los libros de Marx y otros,
fomenta disvalores en política. En primer lugar, es autoritario e intolerante, como prueba la historia de tiranía, cárcel política, muerte y pobreza de la ex repúblicas socialistas soviéticas y el nacionalsocialismo alemán (nazismo). No mandan la ley ni un Estado constitucional, sino un caudillo y una "banda" que está por encima de la ley. Pero, además, se destaca por su gran hipocresía: porque promete "justicia social", pero, en verdad, está en contra de ella, ya que, guiado por su odio a la propiedad privada, sólo busca estatizar (es decir, transferir al Estado) todo lo que es poseído por la sociedad.

En suma, bajo el socialismo, el Estado roba la propiedad privada al pueblo, como hizo el socialismo soviético con los campesinos de Ucrania.

Contrario a lo que suponen muchos argentinos, el capitalismo no desaparece aquí: sólo se elimina su fundamento ético-protestante y se convierte en un capitalismo corrupto cuyo fin es enriquecerse; principalmente, la clase política y algunos empresarios amigos del poder. Los estadounidenses le dicen crony capitalism: crony significa compinche; por ende, capitalismo de compinches de la "banda" política. Así, en las ex repúblicas socialistas soviéticas, los funcionarios socialistas disfrutaban de privilegios impensables para la clase media, como auto oficial, vivienda propia, viajes al extranjero, sirvientes pagos por el Estado y residencias a orillas del mar Negro.

La revista "Forbes" denunció que el socialista Fidel Castro acumuló 900 millones de dólares.

Y tampoco se vuelve ético el socialismo por adoptar la economía de mercado; de ahí la corrupción de las
privatizaciones de la era Yeltsin en los noventa (Rusia) o el caso de China: de los 3.220 chinos con una fortuna mayor a los 10 millones de euros, 2.932 son funcionarios del Partido Comunista.


De estas tres filosofías políticas, la que rige en la mayoría de los países subdesarrollados, los más pobres y
corruptos del mundo, es el socialismo, sin llegar al totalitarismo, salvo Cuba o Corea del Norte.

Ahora bien, el hombre argentino promedio podrá autocalificarse como derechista, izquierdista, nacionalista, socialista, socialdemócrata, conservador, liberal o progresista, pero, en los hechos, practica, sabiéndolo o no, este socialismo, porque rechaza el constitucionalismo y el pluralismo liberales, como prueba nuestra historia de odios entre radicales y conservadores, peronistas y antiperonistas, "derechistas" e "izquierdistas" y las diez intervenciones a la Corte Suprema, el guardián de la Constitución (1946, 1955, 1958, 1966, 1973, 1976, 1983, 1989, 1993 y 2004).

Pero, además, hace imposible cualquier justicia social, porque considera "injusta" la propiedad privada: confía sólo en el Estado y desconfía de su sociedad, su propio pueblo, al que acusa de "individualista y egoísta", sinónimos históricos de "burgués y capitalista". Por ende, apoya o vota a partidos políticos que sólo hacen estatismo; es decir, que transfieren la propiedad privada del pueblo al Estado, facilitando
así el "capitalismo de compinches".

Como dijo Malraux, los pueblos tienen los gobernantes que se les parecen.

El fracaso argentino se debe, pues, al rechazo del pluralismo liberal y el capitalismo de ética protestante, valores vigentes en los países menos corruptos del mundo (los desarrollados, Primer Mundo).

A la Argentina la destruyeron los disvalores del socialismo (fascista y marxista), su inmoralidad intrínseca. Esto no es novedad ni misterio alguno: hace varias décadas que, en el Primer Mundo, a nuestro país y el resto de los subdesarrollados los llaman socialistas. El problema se agrava porque muchas universidades no enseñan a los jóvenes a distinguir estas tres filosofías políticas: al liberalismo político se lo presenta peyorativamente como "la ideología del capitalismo salvaje" y así se omite enseñar el pluralismo, su valor fundante.

Además, lo tienen tan confundido con el liberalismo económico, el neoliberalismo y el menemismo que resulta casi imposible enseñarlo. A la socialdemocracia se la acusa de haberse "vendido al capital". En cambio, al socialismo se lo explica como una utopía posible.

Es imprescindible que las próximas generaciones superen estas confusiones ideológicas que sólo describen el mundo al revés.

En la superación de estas mentiras reside buena parte del porvenir argentino”.

Fuente: ENFOQUES POSITIVOS

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