miércoles, 12 de marzo de 2008

El triunfo de Gramsci

A partir de las enseñanzas que el marxista Antonio Gramsci, desde la cárcel mussoliniana, emitiera mostrando el camino para que la ideología que profesaba llegara a las masas y, eventualmente, al poder, se ha acumulado una amplísima experiencia a ese respecto.

Toda ella refleja, y busca, la constante captación de agentes socialmente influyentes como artistas, intelectuales, periodistas, docentes y demás personalidades vinculadas a las actividades propias de la cultura. Refleja también la conversión, directa o indirecta, tácita o explícita, a la doctrina marxista, a sus derivados o a sus afines.

Entre nosotros, el fenómeno cundió de tal manera que se entendió que las representaciones teatrales, por ejemplo, debían señalar su compromiso emitiendo mensajes políticos de esa tendencia y dejando en el público enfoques y consignas de ese tipo.

En las aulas -especialmente en las de la educación media, ya que las universitarias, de por sí, constituyen un foco protagonista de la infiltración antilaica y que las primarias, a su vez, por razones etarias, no son propicias para ello- se desarrolla el proceso indicado con una intensidad y una continuidad tan grandes, evidentes y efectivas que -en nuestra opinión- bastaron para cambiar el panorama electoral de nuestro país, más que cualquier otro factor actuante.

En efecto, el gramscismo campeó en nuestros liceos a lo largo de la segunda posguerra mundial, escondió sus garras durante el período militar y las volvió a mostrar en las décadas que siguieron a la reinstitucionalización de nuestro Uruguay.

En este último período de nuestra historia reciente no se puede entender el avance marxista en el colectivo nacional -junto a otras causas, obviamente- sin enfatizar en la machacona propaganda de la izquierda, en todos los niveles posibles, proclamando incansablemente que los sediciosos tupamaros, insurgidos contra la legitimidad democrática de los gobiernos de los 60, estaban cubiertos por una especie de aureola de santidad por el simple hecho de que los militares, mandatados legalmente, que los combatieron con todo éxito, quedaron definitivamente satanizados por haberse convertido en dictadores.

Ya no caben dudas de que la izquierda -en sus distintas modalidades- es la dueña de las aulas. Se actúa a cara descubierta. Se escribe la historia reciente oficial y hasta se difunde una similar, especialmente preparada para emigrantes.

¿Se piensa en el voto consular? Concomitantemente, a alguien se le ocurre que habría que bajar a 16 años la edad para votar, es decir, se propone que de cuarto año liceal se pase al cuarto electoral...

Se estima en 200 mil el número de ciudadanos que votarán por primera vez.

¿Será, ésta, la promisoria cosecha que los actuales gobernantes proyectan recoger habida cuenta del descrédito que sufren en las otras capas sociales? Se trata de un voto juvenil, quizá de uno adolescente, preparado, inducido y probablemente señalado expresamente a lo largo de un sistema educativo que no incluye, entre sus principales valores a inculcar el culto a la laicidad, tal como queda registrado, reiteramos, en los textos de historia reciente oficial, y, entre otros, en las conferencias pronunciadas en liceos sobre temas políticos harto controvertibles. Los fascículos de historia publicados por El País el año pasado, fueron el único contrapeso a esa visión sesgada.

Todo indica que los partidos de oposición al F.A. -representantes de casi la mitad de la ciudadanía en las últimas elecciones- tendrán que mantener una actitud de rigurosa vigilancia sobre los posibles desvíos y abusos de poder en que incurran los dirigentes y jerarcas de todos los niveles gobernantes, a fin de hacer efectiva la más estricta aplicación de las normas vigentes para evitar todo cuanto atente contra el libre juego de los mecanismos democráticos.

No es una tarea menor, por cierto. En realidad, es adoptar una verdadera política de Estado pero no desde el sitial gubernamental y legislativo del oficialismo, sino desde el de la oposición. Esta última asume una responsabilidad insoslayable, la cual es la de velar por el mantenimiento de una sociedad libre de toda presión espuria -en este caso, la infiltración marxista- porque, a no dudarlo, así debe ser calificado el poder político que busca satisfacer intereses partidarios en lugar de tener por norte y esencia de sus actos, el bien general.

Diario El País (Uruguay)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Con las salvedades del caso y tomando las circunstancias propias de cada país, esta nota es de plena aplicación a la metamorfosis cultural de Argentina de las últimas décadas