jueves, 13 de marzo de 2008

Es la ciudad que merecemos

La Voz del Interior


Actualizado a las 12:08

CBA | JUE 13 MAR | 08:33




Editorial

Es la ciudad que merecemos
Los cordobeses tenemos una ciudad dislocada, caótica y atrasada. Nos resistimos a pensar que no podamos lograr un pacto de convivencia al que todos aportemos.
No es obra del ciego azar ni del fatal designio de dioses adversos que la ciudad de Córdoba cuente hoy con una Municipalidad dislocada, turbulenta y virtualmente paralizada.

Este descalabro es obra y desidia de administraciones incapaces, de un gremialismo que a menudo lleva a extremos su agresivo estilo corporativo y de una Justicia cuyos fiscales suelen no escuchar las incitaciones a la violencia que algunos delegados desbocados profieren en asambleas ni, menos aún, advierten los desmanes que suelen producirse al término de ellas. Agréguense a ello concejos deliberantes en muchos casos integrados por individuos legitimados sólo por el dedo de dirigencias partidarias y carentes por completo de representatividad y, menos que menos, de iniciativa. Por cierto que en todos estos ámbitos hay excepciones, pero les resulta difícil luchar contra la mediocridad reinante.

Las últimas dos administraciones fueron verdaderos dramas urbanos. Y en ello mucho tuvieron que ver los intendentes -sea por incapacidad o por permitir a un gremialismo excedido en sus atribuciones transformarse en virtual cogobierno comunal- y la permanente confrontación planteada desde y hacia la gobernación encabezada por José Manuel de la Sota.

Córdoba tiene, pues, la Municipalidad que merece. Y no puede esperar de ella otra cosa que tumultos, parálisis y agravios a su dignidad cuando los habitantes deben afrontar la ordalía de realizar algún trámite.

Aunque nos resistamos a aceptarlo, tenemos la ciudad que merecemos: sucia, caótica, sombría, salvaje, una verdadera afrenta al urbanismo. Y a la urbanidad, porque los cordobeses también aportamos lo nuestro al caos y a la turbulencia. Basta con que los inspectores de tránsito paralicen sus tareas para que se perpetren todas las transgresiones imaginables e inimaginables, como quedó demostrado en estos días.

Los cordobeses tenemos la ciudad que merecemos, porque miles de vecinos aportan su falta de solidaridad y su irresponsabilidad para transformarla en este inmenso y oscuro basural. No hay baldío sin acumulación de bolsas de basura, restos de muebles, de vehículos, de escombros, de residuos patógenos. No hay lluvia torrencial que no provoque inundaciones porque, apenas ven correr agua por las alcantarillas, otros miles se apresuran por tirar en ellas las bolsas y tapar con ellas las bocas de tormenta. Plazas y paseos carecen de juegos infantiles y tienen alumbrados destruidos. No hay espacio público que no haya sido transformado en dependencia sanitaria de los perros domésticos. Y no hay barriada que no posea su copiosa fauna de canes vagabundos, ni hay calles y avenidas que no presenten un desfile de desvencijados carruajes tirados por equinos que trotan hacia el umbral de la extinción por hambre y latigazos.

Ahora pretendemos recuperar el rango de segunda ciudad de la República, que perdimos a manos de Rosario. Y enhorabuena que ése sea el desafío del actual intendente. Pero tenemos mucho por aprender, casi todo, de la ahora ordenada y bella ciudad santafesina. Los rosarinos tuvieron la fortuna de saber elegir a sus intendentes, algo sobre lo cual los cordobeses tenemos sobrados motivos para dudar. Y supieron colaborar con esas administraciones ordenándose y protegiendo sus barriadas, respetando su entorno. Hubo un gobernador de Córdoba que pidió perdón a los habitantes de esta ciudad por haberles ofrendado un intendente incapaz. Debió pedir perdón en el instante mismo en que lo votó con el dedo para esas funciones.

Costará mucho rescatar a la ciudad de su actual marasmo. Costará recobrar el principio de autoridad y el respeto por las jerarquías; reinstalar una clara e inmutable distinción de funciones que termine con espurias formas de cogobierno; ejercer con sentido jurídico y judicial, no político, las funciones de la Justicia en los conflictos municipales; proyectar la Córdoba futura con criterios realistas; elegir ediles cuya principal preocupación no sea ocultar al pueblo cuánto perciben realmente por sus cargos. Y el pueblo debería hacerse respetar. Tendría que comenzar por respetar a su ciudad y sentirse orgulloso de ella no sólo cuando alguno de sus equipos de fútbol alcanza una esporádica y angustiosa victoria.

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