lunes, 10 de marzo de 2008

La Argentina, sin un plan estratégico

Opinión La Nación. com

Editorial I

La Argentina, sin un plan estratégico

Domingo 9 de marzo de 2008

¿Qué es una nación? ¿Un espacio de libertad y convivencia en el que la marcha hacia el bienestar general o hacia el progreso se funda en la instrumentación de estrategias y políticas de Estado ordenadas, racionales y de largo alcance? ¿O una carrera hacia el caos y la improvisación constante, abierta a la acumulación de propuestas aisladas y oportunistas, gestadas en el "día a día" y destinadas a satisfacer demagógicamente a una población resignada de antemano a vivir en la incertidumbre y la imprevisibilidad casi total? Los argentinos nos hemos ido acostumbrando, absurdamente, desde hace tiempo, a la idea de que el perfil natural de una nación es el que corresponde a la segunda de las dos opciones descriptas en el párrafo anterior. Es decir, aquella que llama a vivir en la improvisación permanente y pensando sólo en el corto plazo. Nuestro modo habitual de convivir con las dificultades consiste en apelar a la aplicación de "parches" o engaños pasajeros que sólo disimulan los problemas o las adversidades en sus efectos más obvios o en su faz más superficial y aguda. Nunca, o casi nunca, asumimos la decisión de buscarle una solución estructural y de fondo al mal que nos acosa. Por algo los argentinos tenemos fama en el mundo de arreglar los más graves y mortificantes desperfectos mecánicos con la ayuda de un simple y precario "alambre". O, para decirlo con el término despectivo que suele usarse, un simple "alambrito". Los ejemplos sobran. Basta con observar cómo, en los últimos tiempos, las autoridades nacionales pretenden hacernos creer que la grave cuestión de la inflación puede resolverse a los gritos, intimidando a comerciantes o productores, o rompiendo el termómetro con el que se mide la fiebre inflacionaria, en lugar de apreciar que la raíz del problema radica en el insuficiente nivel de inversiones, agravado por una política oficial que en no pocas ocasiones parece empeñada en espantar al inversor. La forma en que se deciden las obras públicas, cuando no roza la corrupción y los favores a empresarios amigos del poder político, también exhibe una llamativa improvisación, alejada de cualquier plan estratégico sustentado en un proyecto de nación. En este último sentido, la millonaria adjudicación del Tren de Alta Velocidad (TAVE), que unirá Buenos Aires con Rosario y Córdoba, y la apertura de ofertas para otro servicio similar a Mar del Plata obligan a cuestionar las prioridades establecidas para las inversiones públicas. Estos proyectos casi faraónicos contrastan con la falta de respuesta a problemas cotidianos más elementales, como los sufrimientos que padecen los usuarios de las líneas ferroviarias del conurbano bonaerense. La falta total de proyectos estratégicos y políticas de Estado concebidos con una visión de largo plazo -y compartidos, en lo posible, por los diferentes sectores del espectro político- es uno de los grandes puntos débiles de la vida institucional argentina. Las naciones que han logrado en el mundo los más altos niveles de progreso y desarrollo son aquellas que han podido encolumnar a todas o casi todas sus fuerzas políticas detrás de un conjunto de principios y metas fundamentales, en las cuales reside el núcleo de las aspiraciones y valores que el pueblo comparte y defiende. Pero la misión de esas políticas y estrategias de Estado de largo alcance no consiste únicamente en asegurar la estabilidad del sistema político e institucional mediante la consagración de un esquema férreo de valores en el horizonte espiritual y material de la Nación. Las políticas y estrategias de Estado llenan también una función primordial como factores básicos de ordenamiento de la economía nacional. En la medida en que un país cuenta con un programa económico integral, fundado en la consecución de los grandes objetivos estratégicos y de largo plazo de su comunidad nacional, se establecen los caminos y criterios que corresponde seguir para hacer frente a las crisis y a las situaciones de extrema adversidad que pueden llegar a suscitarse en algunos campos críticos de la actividad productiva o en orden al normal suministro de determinados bienes y servicios. Las gestiones internacionales de urgencia que la presidenta de la República debió realizar en las últimas semanas para tratar de resolver la penosa crisis energética que se insinúa son, fuera de toda duda, una consecuencia más de la falta de un plan económico de largo aliento que establezca y prevea los caminos y las opciones adecuadas para que el país disponga de alternativas ante las posibles carencias de un determinado recurso. Lo mismo debe decirse de los pronunciamientos que se escucharon días atrás desde el más alto nivel del gobierno nacional respecto de las compensaciones que se debieron otorgar discrecionalmente a varios sectores de la economía con el objeto de frenar o contener los estallidos inflacionarios. Cuando esos problemas se plantean con urgencia y no existen previsiones ni orientaciones orgánicas en ningún plan económico de orden nacional, las soluciones a las que se acude desde las más altas esferas distan de ser las mejores. Nunca es saludable para la economía del país que las soluciones de emergencia que adopta el Estado surjan de propuestas o negocios privados armados o cobijados a la sombra de una necesidad social impostergable. A esas situaciones, de ninguna manera deseables, se llega cuando faltan en el horizonte de la vida nacional las notas indicadoras y las pautas referenciales que podría aportar un plan estratégico integral y de largo aliento. A la Argentina le siguen faltando políticas de Estado prácticamente en todas las vertientes de su actividad económica, como le siguen faltando también estrategias activas de integración en un mundo exterior cada vez más interdependiente. El país sigue necesitando, asimismo, planes eficientes de promoción y de desarrollo de inversiones, abiertos a la mayor diversidad posible de espacios y orígenes geográficos. Mientras esas limitaciones no se corrijan, mientras el país no se piense a sí mismo con visión de futuro, mientras no se proyecte hacia el horizonte de crecimiento y de progreso que fue en otro tiempo su razón de ser, nos sentiremos en deuda con la Nación que éramos en 1910, cuando celebramos los primeros cien años de nuestro nacimiento a la vida independiente. Ya cerca de la celebración del Bicentenario, los argentinos deberíamos comprometer nuestras mejores energías para impulsar el cambio que estamos necesitando.

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