martes, 11 de marzo de 2008

Las venas abiertas del petroestado

Las venas abiertas del petroestado
Por Ibsen Martínez
Para LA NACION

Viernes 7 de marzo de 2008

CARACAS

El 14 de febrero último, en Sabaneta de Barinas –población natal del presidente venezolano, Hugo Chávez– una airada multitud irrumpió en el Megamercal y lo saqueó.

“Mercal” es la denominación oficial de la red de mercados populares en los que el gobierno de Venezuela ofrece productos de la cesta alimentaria básica a precios subsidiados por los colosales ingresos petroleros de la última década.

Sabaneta hubo de ser tomada por más de 200 efectivos militares para impedir nuevos saqueos. ¿La queja general de los pobladores? La administración de los centros de distribución gubernamentales está en manos de mafias que, en connivencia con las autoridades, violan los controles de precios, y esos precios se vuelven prohibitivos para los empobrecidos lugareños.

“¿Qué rayos tiene el petróleo, que envenena?”, es la pregunta que muchos indonesios, nigerianos, argelinos, mexicanos, ecuatorianos, iraníes y venezolanos nacidos en el siglo XX se han hecho alguna vez, sin encontrar respuesta.

La más feroz paradoja del petroestado, ese arquetipo de país rico, está en su total incapacidad para capear las turbulencias que traen consigo las bonanzas, y en su propensión a azotar a sus ciudadanos con una lancinante e irónica calamidad: la pobreza extrema.

El desabastecimiento de alimentos como la leche, el pollo, el azúcar, los huevos o la harina de maíz precocida ocurre al tiempo que Venezuela atraviesa el boom global de precios del crudo más prolongado en toda la historia de la civilización petrolera.

La culpable de toda esta pobreza en medio de la abundancia, pobreza que abruma a Venezuela, quizá no sea más que su condición de petroestado.

Los Estados petroleros no se parecen en nada a los países manufactureros o agrícolas del mundo industrial avanzado o en desarrollo. Los productos de exportación de este tipo de países no son agotables ni son de propiedad estatal, ni son tan estratégicamente importantes ni tan intensivos en capital, ni se ven tan dominados por variables externas, como sí ocurre en el caso del petróleo.

El petroestado recauda ingentes recursos, cierto, pero crea a su vez poderosos e irresistibles incentivos para decidir clientelarmente a la hora de redistribuir. Con ello, debilita sus propias instituciones y restringe perversamente las políticas públicas disponibles para combatir la pobreza, por ejemplo, o para asegurar educación y asistencia médica gratuitas a su población pobre.

Ocurre en los petroestados que todo lo que, por sí solo, ya sería suficientemente malo, se agrava al estar expuestos, además, a una circunstancia inherente a la naturaleza misma del negocio petrolero: los ciclos, la alternancia entre las épocas de boom y las sequías.

Algunos de los más ricos petroestados son países surgidos de la descolonización que siguió a la Segunda Guerra Mundial, como Indonesia, Nigeria y Argelia. Otros son repúblicas hispanoamericanas nacidas a principios del siglo XIX, como Venezuela, México y Ecuador.

Distintos países, distintas formaciones sociales y económicas, distintas culturas, distintos regímenes políticos… y los mismos males. Las mismas ineptas respuestas con iguales nefastos resultados de endeudamiento y pobreza creciente.

Sus gobernantes caen con frecuencia en una fase maníaca y dan en exigir poderes especiales para “afrontar mejor”, según dicen, la contingencia feliz de un boom. Gracias a la bonanza, se dice, ahora al fin todo puede hacerse. En consecuencia, todo debe hacerse.

Surgen así, sin orden ni concierto, nuevas tareas, nuevas metas, nuevas competencias, nuevas jurisdicciones y ministerios que libran entre sí sangrientas batallas por el control de los recursos extraordinarios. Se trata de batallas que debilitan aún más el ya débil tejido institucional, favorecen la concentración de poderes, el vacío legal, la discrecionalidad y la corrupción.

La mayoría de los venezolanos acepta que la causa remota del avasallante ascenso al poder de Hugo Chávez (¡hace ya un década!) fue la grotesca corrupción imperante durante la primera presidencia de Carlos Andrés Pérez. Fueron aquellos los años de la frenética “Venezuela Saudita”. Siguieron al embargo de precios decretado por la OPEP luego de la guerra de Iom Kippur.

Lo más cruel de todo esto es que, a pesar de que el precio del crudo ya está en cien dólares por barril, Venezuela es hoy el país de América latina donde la pobreza ha crecido más de prisa en la última década. Entre tanto, Chávez se ha convertido en una prodigiosa máquina de fabricar inflación –25%, la más elevada del continente– al haber estimulado la demanda con su desaforado gasto público, al restringir la oferta y perseguir al sector productivo privado.

Las cifras que a menudo citan los voceros del gobierno bolivariano hablan de un descenso de la pobreza que va del 54% en 2003 a un 27,5% a comienzos de 2007. Impresionantes como puedan parecer estos números, la verdad es que tal reducción de la pobreza ocurre sólo en la falaz hoja de Excel que Chávez muestra en su programa dominical. La razón es fácil de entender: el producto territorial bruto per cápita ha crecido, en efecto, casi un 50% durante los últimos cuatro años, pero ello se debe a que el ingreso por el petróleo se ha triplicado desde entonces.

Otras cifras, en cambio, resultan más violentas y decidoras: el porcentaje de bebes nacidos con un peso anormalmente bajo, por ejemplo. Se ha elevado del 8,4 al un 9,1% de 1999 a 2006, esto es, durante la “era Chávez”.

Un crecimiento igualmente descorazonador ha ocurrido con el porcentaje de hogares sin acceso al agua corriente, que ha ido del 7,2 al 9,4%, o el porcentaje de familias que viven en chabolas con piso de tierra, triplicado en el mismo período. Obtengo estas cifras de un enjundioso trabajo sobre las promesas incumplidas de Chávez (Foreign Affairs, 2008), elaborado por Francisco Rodríguez, profesor asistente de Economía de Estudios Latinoamericanos en la Wesleyan University.

La fisiología del petroestado explica por qué las “políticas sociales” de Chávez, tan elogiadas por sus valedores extranjeros, se limitan a repartir dinero con sectario criterio clientelar y suma ineficiencia asistencial. Y todo ello al tiempo que el país ha recibido en los últimos nueve años ingresos petroleros superiores a los 270. 000 millones de euros.

El petroestado populista venezolano, monstruosamente despilfarrador e inepto y monstruosamente corrupto desde hace décadas, al que Chávez quiso alguna vez combatir y desmontar tan sólo para heredarlo, sigue con vida.

Quizá mucho más que la Exxon Mobil, la oligarquía colombiana y el imperialismo yanqui, el verdadero enemigo que acecha el futuro político de Hugo Chávez sea el boom que atravesamos –el más sostenido de los últimos 50 años–, con su rutinario caudal de despilfarro, de subsidiada ineptitud, de corrupción y de pobreza.

El autor es un periodista y escritor venezolano. Colabora con El Nacional , de Caracas.

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