lunes, 10 de marzo de 2008

Un tesoro escondido

Un tesoro escondido

Por Marcos Aguinis Para LA NACION

Sábado 8 de marzo de 2008

Algunas sorpresas hacen brincar el alma. Había visitado en distintas oportunidades la ciudad y la provincia de Salta. Hace unos años, con imaginación exaltada, hice posta en ellas cuando el protagonista de La gesta del marrano se esforzaba por llegar a la Ciudad de los Reyes para abrazar a su humillado padre, y me mareé entonces en el inconmensurable mercado de mulas que hervía allí. Ahora descubrí otro portento, en la modesta población de Cerrillos, 15 kilómetros al sur de la capital, sobre el valle de Lerma. Me habían adelantado algunas características y las asocié con la biblioteca de los samizdat, que me arrancó lágrimas en Praga. También con el Cementerio de los Libros Olvidados que describe Carlos Ruiz Zafón en La sombra del viento. La casa pertenece a Gregorio y Lucía Caro Figueroa, ungidos directores de esta biblioteca, cuyo nombre es J. Armando Caro. Gregorio es periodista, actual secretario de Cultura, colaborador infatigable de Todo es Historia; ella es pedagoga y autora de textos filosóficos. Ambos cuidan un tesoro en medio de un bosque que no es exactamente un bosque, pero se le parece. Basta cruzar la alta puerta para ingresar en una sala humilde, donde se presenta de inmediato, como una escultura majestuosa que abarca toda la pared, un antiguo mueble vidriado lleno de joyas bibliográficas. Además de antiguas colecciones, late incandescente un ejemplar de la primera edición de Facundo, con apostillas redactadas por el mismo nervioso puño de Domingo Faustino Sarmiento. También una antigua edición de la primera novela argentina, Soledad, escrita por Bartolomé Mitre durante su exilio en Bolivia. Otras primeras ediciones se agitan como animalitos vivos mientras uno las hojea con emoción; son obras de Juan Bautista Alberdi, José María Paz, Deán Funes, Vicente Fidel López, Hilario Ascasubi, Joaquín V. González, Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga, Ricardo Rojas, Manuel Gálvez, Roberto Arlt, Ricardo Güiraldes, Oliverio Girondo. Un pasado inmenso en la palma de las manos. No tuve dificultad en leer sobre la página inicial de una primera edición de Borges una extensa y microscópica línea escrita por él mismo, cuando aún veía, semejante a una recta caravana de hormigas jugando con metáforas. Pero recién había gustado el aperitivo. Ingresé en el patio donde sombrean árboles, arbustos y flores que constituyen un jardín autóctono sin afeites. El silencio y el aroma me permitieron escuchar un sibilante “ábrete, sésamo”. Entonces se despejó el camino y avanzamos hacia una gruta-sala de 126 metros cuadrados, en la que se ha conformado un laberinto de anaqueles que intentan alcanzar los 6 metros de altura, estirando sus paredes hasta llegar al techo. Tanta riqueza bibliográfica me invadió como una bocanada llena de polen. Paralizado, alucinado, no sabía dónde detener mis ojos. Me arropaba un clima sacro y los ávidos pulpejos de mis dedos se detenían ante los coloridos lomos, como si no tuviese aún derecho a tocarlos. Ahí estaban otras primeras ediciones, no sólo en castellano, sino en inglés, francés y alemán. La colección de autores españoles, por ejemplo, abarca el último tercio del siglo XIX y la primera mitad del XX; incluye textos de la Guerra Civil Española, publicados también en Francia por los bandos en pugna; además, se alinean las angustiosas actas de las Cortes españolas de la Segunda República. Una sección se dedica a los asuntos de una media docena de provincias del noroeste argentino. Enseguida, otra sección ofrece materiales sobre Bolivia, Chile y Perú, con materiales sobre geografía, economía, demografía, historia, antropología, religión, literatura, arte, derecho, federalismo, instituciones, folklore y medicina regional. No sólo se suceden libros, sino publicaciones periódicas de gran valor testimonial, como la Revista de letras y ciencias sociales, Norte, Hebe, Sustancia, Notas y estudios de filosofía, Humanitas (Tucumán), Tarja (Jujuy), Güemes, Amancay, Angulo, El otro país, La Gauchita, Diálogos, Claves, Andes, Miradas y raíces, más los suplementos culturales de muchos diarios. Yo tenía el cielo en las manos, con sus estrellas encendidas. Me llamaron la atención los 3000 sobres con recortes periodísticos, en los que se pueden descubrir datos que cortan el aire. Pero además existen discos de pasta y vinilo, cintas abiertas, fotografías, 40.000 diapositivas, una nutrida mapoteca, postales antiguas de la región, catálogos de exposiciones plásticas, carteles, programas de conciertos. Los acompañan paquetes de cartas recoletas y pacientes manuscritos inéditos que aguardan la pupila de algún curioso. Me informan que ese tesoro en medio del valle de Lerma ya comprende 33.500 libros, folletos, publicaciones periódicas, documentación e imágenes, que están en permanente actualización. Es considerada una de las colecciones privadas más abundantes de toda la Argentina. Se nutre y sostiene con el aporte de sus fundadores y directores, donaciones y canje. Atiende consultas a distancia y brinda un servicio arancelado de búsqueda de datos y elaboración de informes. En los últimos cinco años fue visitada por más de 3000 personas. Hacia allí se dirigen investigadores del país y el extranjero. Su fondo bibliográfico y su documentación opulenta fueron utilizados para innumerables tesis, artículos y libros. Esa fortuna cultural es el producto de una inicitiva privada que maduró lentamente durante cuarenta años. Empezó con donaciones de estudiantes universitarios. La etapa genésica fue difícil y decepcionante. Pero no cedió la tenacidad y comenzaron entonces a afluir bibliotecas enteras de profesionales, una de las cuales incluía la que había sido propiedad del presbítero Juan Francisco Castro, fundador, en 1864, del Colegio Nacional de Salta. Después llegaron colecciones de arte en castellano y otros idiomas, acompañadas por discos de música clásica y diapositivas. Con esfuerzo, se adquirieron otras bibliotecas privadas de coleccionistas de provincias vecinas. Más adelante, llegó el archivo del doctor Oñativia, que fue el polémico ministro de Salud del presidente Illia. Un ángulo curioso está conformado por la biblioteca que había pertenecido a Hugo Marcone, especializada en las sucesivas escarlatinas del nacionalismo europeo y argentino. El flujo se tornó importante con otras donaciones que comprendían lejanos campos del saber. Me llamó la atención un pequeño museo de la radio, con importantes colecciones referidas a este medio de comunicación, desde sus míticos comienzos hasta la actualidad. Ahí figura la inhallable Revista Telegráfica. Unos documentos emitían vibraciones que me erizaban la piel. Observé con cuidado y advertí que estaba frente a ediciones completas de los archivos espitolares de San Martín, Domingo de Oro, Martín Güemes, Facundo Quiroga, Domingo Faustino Sarmiento, Juan Bautista Alberdi, Marcos Paz, Bartolomé Mitre y Juan María Gutiérrez. En páginas ahítas de información, quejas, secretos, solicitudes, confesión y expectativas, se puede viajar en la máquina del tiempo y conversar mano a mano con los próceres, auscultar su ánimo, descubrir su temple, poner al descubierto un sinfín de angustias y enloquecer con sus esperanzas parcialmente frustradas. Largos metros reúnen los Diarios de Sesiones de la Cámara de Diputados y el Senado de la Nación, desde el año 1853. Son 522 volúmenes encuadernados, pesados, en los que resuenan las voces de los extraordinarios parlamentarios que teníamos, y a quienes debería imitar la mayoría de mediocres –con contadas excepciones– que ahora llenan escaños de los que pocas veces brotan frases que merecen ser recordadas. Hay también una recopilación de la legislación argentina desde 1862 y fallos de la Corte Suprema de la Nación desde 1866. Junto a ese imperdible material se alinean los mensajes de los presidentes de la Nación que hemos tenido o padecido desde los albores de la patria. La sección de revistas es un banquete. Ahí están desde Sur y Criterio hasta Nosotros y Atlántida. Lomo tras lomo se extienden colecciones completas que se haría largo enumerar: Caras y Caretas, Fray Mocho, El Hogar, Realidad, Dinámica Social y Estudios, Primera Plana, Confirmado, Todo es Historia, más los suplementos culturales de varios diarios. No me resisto a mencionar las revistas que tuvieron resonancia y consecuencias en las últimas décadas de nuestro sísmico pasado, muchos de cuyo títulos nos dan un pellizcón en la nuca: Mayoría, Qué, Contorno, El Montonero, Izquierda Nacional, De Frente, El Descamisado, Militancia, Causa Peronista, Pájaro de Fuego, Cuestionario, Propósitos, Redacción, La Maga. Pero esta fabulosa hemeroteca no se limita a las publicaciones argentinas, sino que abunda en varias europeas que lograron mucha estima: La revue des deux mondes, El Correo de la Unesco, Janus, Planeta, Revista de Occidente, La moda elegante, La nouvelle revue française, entre otras. Los encargados de esta alhaja colosal no cesan de perfeccionar su inventario completo, sección tras sección. Está en marcha la confección de cinco catálogos integrales que abarquen los asuntos universales, argentinos, latinoamericanos, regional del Noroeste y Salta. Ya se pueden recorrer sus secciones especiales, que no dejan hueco sin llenar. En la sección de folklore se incluyen cancioneros populares, revistas especializadas y discos, entre los cuales figuran los producidos por Leda Valladares (1962-1965) con coplas del Valle Calchaquí entonadas por sus mismos habitantes. En los anaqueles destinados a la política se ofrecen bandejas con suculentos canapés sobre conservadurismo, liberalismo, socialismo, anarquismo, marxismo, nacionalismo, democracia cristiana, movimiento obrero, peronismo, radicalismo y cooperativismo. No es todo. A esas secciones se añaden otras, referidas a la niñez, tercera edad, economía doméstica, periodismo, astronomía, moda, vida cotidiana y hasta buenos modales y erotismo. No faltan los rubros referidos a la muerte y sus múltiples interpretaciones, historia de la educación, espiritismo, masonería, mafia, herejías, fanatismo, violencia, polemología (guerras) y corrupción. Me daba la sensación de haber ingresado en una gruta mágica, interminable. Y mis apuntes llenaban renglón tras renglón. Durante el recorrido, pude soñar, como Borges, que el paraíso tiene forma de biblioteca. Retorné al patio donde la luz se filtraba por el follaje tierno. Aún estaba conmovido por el contacto con esa galaxia de letras y me parecía ser seguido por su infinita columna de autores. En el almuerzo con los directores y un calificado grupo de amigos, el vino de Cafayate nos permitió brindar por un tesoro de verdad, que estaba ahí, en el dilatado valle de Lerma.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La prosa envidiable de Marcos Aguinis, describe un ricón de la Patria capaz de hacer vibrar el corazón de todos los bien nacidos en este suelo.