lunes, 10 de marzo de 2008

El valor de la vida humana

El valor de la vida humana
Por Bartolomé de Vedia

De la Redacción de LA NACION
Lunes 10 de marzo de 2008

Hay noticias que dejan poco espacio para la reflexión. El trágico choque que ayer se registró en Dolores es, fuera de toda duda, una de esas noticias. Las palabras faltan, las ideas quedan chicas, el pensamiento resulta pequeño e insuficiente ante la dimensión visceral que asumen el dolor y el horror apenas la información emerge de un escueto flash televisivo o radiofónico o se instala, súbitamente, en la agenda del diario que se está preparando. Se supone que el cronista está acostumbrado a esta clase de desafíos. Pero se supone mal. Nunca se está preparado para el desastre que provoca la muerte irracional de un puñado de seres humanos, y que convierte un domingo aparentemente rutinario en un encuentro con la desolación y el espanto. Pero la reflexión, aunque trabajosamente, consigue por fin abrirse camino. Y surge, de manera inevitable, una pregunta que está cerca de convertirse en obsesión: ¿a qué obedece este desprecio por la vida humana que parece dominar la conducta de los argentinos cada vez con mayor asiduidad? ¿Cuál es la causa por la que se prescinde en un momento dado del más elemental de los recaudos que el sentido común o la prudencia imponen ante determinadas circunstancias de la vida cotidiana? ¿Por qué tantas muertes evitables han transformado en la Argentina el simple hecho de viajar por una carretera, de recorrer una distancia corta o larga entre dos ciudades, en un riesgo difícil de neutralizar y, finalmente, en la posibilidad de una pérdida catastrófica de vidas humanas? ¿Qué nos lleva a dejar de lado, en un instante fatal, lo que debería ser el principal objeto de nuestra devoción y de nuestro cuidado: la protección de la vida humana? ¿Qué oscuros resortes nos llevan a intentar maniobras que ponen en riesgo ese valor supremo, que se supone debería guiar y condicionar todos nuestros actos, aunque más no sea por el hecho de que se trata de un valor a todas luces irreparable? Las largas controversias que se plantearon, a lo largo de los siglos, en favor o en contra de la pena de muerte concluyeron muchas veces abruptamente cuando alguien esgrimió el argumento, difícil de refutar, de la irreparabilidad de esa sanción penal extrema. Lo que se alegaba era simple y fácil de entender: ante el eventual descubrimiento de un error judicial, no hay modo alguno de reparar el acto por el cual se le ha quitado la vida a una persona. Si ese argumento es válido -y lo es, sin duda- para rechazar la pena impuesta a quien se supone que ha perpetrado un grave delito, ¿cómo es posible que no lo sea para los casos en que se condena a morir a quien sólo ha incurrido en la imprudencia de desafiar la irresponsabilidad y la locura que parecen imperar actualmente en las rutas argentinas? Es necesario reflexionar -aunque cueste- sobre la nueva tragedia vial que ayer se abatió sobre los argentinos. Es imprescindible que nos interpelemos nosotros mismos sobre lo que está ocurriendo en nuestras rutas. Es hora de suprimir radicalmente esta absurda pena de muerte que, sin debate previo y contra toda razón, hemos establecido en el país. Es hora de que volvamos a reconocer el valor esencial y supremo que la vida humana debe tener en toda circunstancia. Y que asumamos el hecho de que ese principio no puede -no debe- tener excepciones.

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